Conciencia corporal

Conciencia corporal

¿Es posible aumentar la conciencia sobre el propio cuerpo y vivir de forma más armoniosa con él?
 
Durante el tiempo en que vivió en Milán, Leonardo da Vinci aprovechó para, además de dedicarse a las artes y a los artefactos de ingeniería, estudiar anatomía. Como protegido del príncipe Sforza, administrador de la ciudad, tenía algunos privilegios, entre ellos el de disecar cadáveres, algo que le causaba desesperación a la Iglesia medieval. Sus miles de dibujos del cuerpo humano se transformaron en el primer tratado de anatomía.
 
Leonardo demostraba especial atracción por los músculos y su relación con los huesos y los órganos de los sentidos. Una de sus constataciones, increíble para la época, fue la de que el cerebro percibe el exterior a través de órganos especiales que permiten la visión, audición, olfacción, gustación y tacto, pero también es capaz de percibir el interior del propio cuerpo, a través de una especie de “sentido hacia dentro”. El genio del Renacimiento tenía razón. Hoy día sabemos que los músculos, las articulaciones y los órganos internos informan al cerebro sus condiciones a través de los corpúsculos y nervios, como si existiera un sentido especial, dirigido al interior del cuerpo.
 
Por este mecanismo somos avisados de algún dolor o malestar. El cuerpo nos da sus alertas, se defiende, y del mismo modo, nos transmite las sensaciones de placer, de bienestar. ¿Nunca has sentido una sensación de cansancio como si el cuerpo estuviera enfadado contigo? Probablemente sí y también probaste aquel estado de placer proporcionado por un cuerpo harmónico y saludable. Deja la revista por un instante, levanta los brazos, sujeta el pulso izquierdo con la mano derecha y curva el tronco hacia la derecha. Mantente en esta posición por unos instantes y luego repite lo mismo para el otro lado. Listo. Ahora baja despacio los brazos, siente la maravillosa sensación provocada por el aumento de la circulación sanguínea tras el estiramiento.
 
La conciencia corporal nos otorga un mayor control sobre nuestras posibilidades y, claro, sobre nuestros límites. El cuerpo humano es una maravillosa estructura en la que cada parte asume una función. El complejo sistema muscular que permite los movimientos llevó a que  Leonardo da Vinci creyera en la existencia de la perfección. Tan entusiasta era Da Vinci de las potencialidades de la musculatura humana que imaginó una máquina de volar compuesta simplemente por alas semejantes a las de las aves, estudiándola con el mismo esmero empleado en todo lo que hacía. Creía que sería suficiente dotar el hombre con los apéndices ausentes para emprender vuelo y todo lo demás estaría asegurado por la fuerza muscular.    Al darse cuenta de la especificidad de la musculatura de las aves, se dio cuenta de su equivocación y abandonó el proyecto. Ellas evolucionaron para poder volar; nosotros, no. Así de sencillo. Al aceptar la conciencia sobre su propio cuerpo, y sus limitaciones, afirmó, posteriormente, que la conciencia tiene exactamente la función de dar a conocer los alcances y los límites del cuerpo.
 
Sin la conciencia corporal no sabemos qué podemos ni qué debemos hacer. Dejamos de aprovechar el potencial del movimiento, el placer del estiramiento, la sensación de relajación, el poder de la fuerza.
 
¿Cómo aumentar la agradable sensación que la conciencia corporal puede acarrear?
 
No podemos olvidar nuestros orígenes.  Somos el resultado de un largo y lento proceso de evolución, que se basa en el principio de la selección natural. ¿Qué eso significa? Significa que somos los descendientes de los más aptos, de aquellos que, de algún modo, sobrevivieron a los duros tiempos prehistóricos. Y, créeme, esta selección no se hizo solamente de buenas intenciones, sino con competencia orgánica. Sobrevivieron los más ágiles, rápidos, fuertes. Nuestros  ancestrales fueron verdaderos atletas en la modalidad “supervivencia”.
 
Al suprimir la actividad física y adoptar el sedentarismo como opción de vida, negamos nuestra genética. Lo natural es un cuerpo en movimiento, así como el descanso es importante. El corazón agradece al ejercicio aerobio, de los cuales la caminada es el mejor. Las articulaciones necesitan moverse, o empiezan a trabarse. Los músculos piden para hacer fuerza, pues para eso fueron creados. Sobre ellos, hay una regla muy sencilla: para lo que está tensionado, relaja; lo que está corto, estira; lo que está flácido, fortalece.
 
Mi amiga Luca es experta en este tema. Es osteópata – estudia los músculos, los huesos y la relación entre ellos. ¿Qué hace exactamente? Deja el paciente alineado. Equilibra las ecuaciones entre los músculos, los huesos y las articulaciones; con movimientos ágiles y equilibrados, pone una vértebra sobre la otra, devolviendo a la columna vertebral su verdadera función, la de proporcionar equilibrio y armonía al cuerpo, y dota a su paciente con una postura elegante.
 
Sus dedos parecen tener pequeños tubos de “rayos x” y sus manos son como pinzas y palancas que levantan, estiran, tiran, ajustan, armonizan nuestro aparato locomotor. Toca los grandes y pequeños músculos; mueve los aductores, abductores, pronadores, supinadores y tantos otros con graciosos nombres, que ella va designando algunas veces en portugués, otras en inglés e incluso en latín. “Ahora tu latissimus dorsis está despegado”, dice con naturalidad. Es probable que ni siempre entiendas lo que dice, pero sales de su camilla sintiéndote más erecto, más alto y con una amplitud de movimientos que ya no te acordabas que tenías.
 
Luca es una entusiasta de la conciencia corporal. Su consulta está acompañada de muchos consejos. “Siente el giro de tu cabeza”, dice. “Nota como los hombros se proyectan hacia adelante”, sigue. “Dime lo que sientes cuando intentas alcanzar el pie”, ordena. En la hora que dura la sesión, vas de la gratitud por la sensación de tener un cuerpo vivo al odio por el dolor casi insoportable provocado por sus maniobras.
 
Es una profesional que cree que su trabajo es una misión y hace más que devolver a sus pacientes equilibrio y movimiento. Les aumenta la conciencia corporal, la autoestima y la alegría de vivir. Sobre estos complementos de misión, me dijo una vez: “¿Cómo puede alguien ignorar su propio cuerpo? Vivir sin sentirse es como comer sin sentir el sabor de la comida.”
 
¿Puede la idea de cuidar del cuerpo transformarse en una dictadura por la búsqueda de la perfección?
 
Debemos tener cuidado para no confundir el compromiso con el cuerpo con la obsesión por un cuerpo perfecto. Los vehículos de comunicación, como las revistas de moda y deporte, son frecuentemente apuntados como creadores de estereotipos y modelos inalcanzables. Sin embargo, según la profesora Maria Teresa Santoro, de la Universidade São Judas Tadeu y conocedora de la relación “media y cuerpo”, estos vehículos son una extensión del ser humano, en el sentido de que recogen informaciones del mundo social y las remodelan para transformarlas en lenguaje de comunicación.
 
En otras palabras, si, por un lado, las revistas crean modelos, por otro, son “traductores sociales” responsables por una relectura de conceptos, emociones y aspiraciones implícitos en la sociedad. De este modo, la media no es la responsable por los patrones estéticos, sino el propio público, que acata el consumo de estos conceptos.
 
Un motivo más para dedicarse a la conciencia corporal: no ser presa fácil de modismos y estereotipos, sino utilizarlos como base para lo que debe y lo que no debe hacer. Pero, incluso con la diversidad de estudios y estudiosos sobre el tema, la problemática del cuerpo está muy lejos de terminar – ésta es la punta del iceberg.
 
Con conciencia corporal aprovechamos el placer del movimiento, el poder de la fuerz.
 
Es importante recordar también que grande parte del conflicto se da por el ambiente en que vivimos, por lo tanto tenemos que cuidarlo. El lugar puede no estimular la liberación de energía creada por la tensión y, por ello, generar una serie de reacciones adversas: músculos encortados, respiración acelerada y una paciencia “al límite”. Éstos son los síntomas de nuestro organismo queriendo darnos un alerta.
 
¿Favorece el desarrollo de las relaciones humanas tomar conciencia corporal?
 
Indiscutiblemente sí. Ésta fue el área de trabajo elegida por el médico ucraniano Wilhelm Reich, conocido como el padre de las terapias corporales en Occidente. Reich tuvo una vida polémica y conturbada. Fue hacendado, estudió Derecho antes de graduarse en Medicina; judío, negaba el judaísmo y fue perseguido por el nazismo. Discípulo de Freud, se alejó de él. Se mudó a los Estados Unidos, donde promocionó sus ideas y terminó muriendo en la cárcel.
 
Reich tuvo el mérito de poner el cuerpo en evidencia en las discusiones sobre la psicología humana. Creía que el hombre poseía una “gabardina invisible” e inconsciente para protegerse de los males externos, haciendo del cuerpo reflector directo de la mente. Los músculos tensos, la boca retraída, la postura inclinada, el mentón proyectado y los movimientos rígidos, presumían lo que denominó “coraza muscular” que servía para proteger el individuo portador de una personalidad fragilizada.
 
Reich supuso que el ser humano tenía una serie de camadas, como las de la Tierra, que servían para protegerle de posibles amenazas a su “núcleo”. Según su pensamiento, el individuo sedimentaba camadas de vivencias que se sobreponían unas a otras con el paso del tiempo. Éstas iban enrigideciendo cuando experimentaban sensaciones desagradables, sirviendo para ocultar sentimientos placenteros que podrían hacer del hombre presa fácil del medio urbano.
 
Consideraba, aún, que toda la energía circulante del cuerpo pasaba, obligatoriamente, por ciertos segmentos denominados “anillos”, concentrados en siete regiones: pelvis, abdomen, diafragma, tórax,  cuello, boca y ojos. Estos dos últimos eran considerados por Reich los mayores receptores e irradiadores de energía del organismo – y hasta hoy día son denominados reflejos del alma.
 
Es posible liberarse de las corazas reichianas y uno de los caminos, como hemos visto, es ampliar la conciencia corporal. Lleva algún tiempo, pero es el mejor medio para hacer del cuerpo un bello camino hasta el alma. Y para ello, toma como inspiración las palabras del escritor uruguayo Eduardo Galeano: “La Iglesia dice: el cuerpo es una culpa. La Ciencia dice: el cuerpo es una máquina. La publicidad dice: el cuerpo es un negocio. Y el cuerpo dice: soy una fiesta”.